Balada del Ocaso
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Caza de Ratas - Sexta Parte

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Mensaje por Imperio de Eania Miér Ago 02, 2017 3:05 am

Caza de Ratas – Sexta Parte

Primavera de 740 FA, Tercera Luna – Costa del Hierro, Ultramar.

Conseguir los barcos había sido sencillo, pero el viaje en el Mar Interior había sido un verdadero infierno. A los Patas Negras no les gustaba el agua – a algunos más de la cuenta – y las monturas habían estado inquietas sobre la madera balanceante.

Cuando arribaron a la costa la mayoría de los hombres apenas podían caminar recto, así que, tras sacrificar una liebre a Ameth, el dios de las profundidades marinas, acamparon extendiendo unas lonas bajo las que se refugiaron de un sol que ya empezaba a mostrarse inclemente por aquellas fechas.
Se habían puesto en marcha de inmediato dejando a los hombres reponerse. Urbano y Emericho cabalgaban como el viento, incansables. Cualquier otra escuadra de Arcadia podía tener como mando a los nobles del Imperio, no así los Patas Negras. Ellos reconocían a sus propios líderes y por ello debían dar la talla. Tras pasar por un pueblo de costa un joven se ofreció para llevarles al marjal, donde vieron los barcos abandonados por los atacantes. Urbano le despidió con una moneda y empezaron a trabajar.

Al parecer el enemigo había desembarcado y recorrido un pequeño tramo en paralelo a las aguas. Por el barro de las pisadas sabían que llovía por entonces, así que eran de la semana anterior. Las cosas se complicaron cuando llegaron a los restos de una fogata, de ella salían cuatro grupos, no respecto a los puntos cardinales, sino en clara dirección a las poblaciones cercanas.
- No saben dónde están, por eso han enviado hombres a buscarlos.
- Mejor, mayor tiempo perdido, los encontraremos rápido.
- También tendremos que dividir a la tropa y no somos demasiados.

A un toque de cuerno volvieron los hombres. Emericho se quedó con los más novatos, como siempre hacía, pues era la única manera de instruirlos. Siguieron el rastro hacia el sur, en formación dispersa, mientras a ambos lados del grupo principal los jinetes buscaban emplazamientos elevados para divisar el horizonte y buscar peligros. Con la ventaja de ir montados recortaban distancias en todo momento y tras horas de marcha encontraron los restos de un alto para el descanso.

Levantando la vista de los restos de la hoguera los hombres vieron el desfilar del valle en todo su esplendor. Los montes cercanos, de color pardo y rematados por densos pinares refulgían a la luz del sol del atardecer. Aguzando la vista se podían ver densas líneas rojizas en todos ellos, mineral de hierro en cantidades tan grandes que pusieron nombre a la zona. Allá a lo lejos, donde la vista ya se perdía, una figura remataba el paisaje, una fortaleza enclavada en lo alto del monte se erguía dominando toda la zona: Castroferro.
Al caer la noche llegaron a las cercanías de la inmensa fortaleza, donde las huellas volvían sobre sus propios pies.

Habían sido astutos. El camino de retorno no discurría por la costa, sino por el interior. El veterano soldado pasó horas murmurando, les habría ahorrado toda una jornada saberlo de antemano. Envió a Ragu de vuelta a los barcos mientras establecían un campamento en la llanura.

A la mañana siguiente, Urbano recibió al cansado jinete. Los atacantes habían tomado distintas vías, pero no habían vuelto a su primer campamento. Su segundo al mando se había estacionado cerca de la ciudad, esperando a que el comandante tratase con el responsable de la plaza. Emericho se quedó de piedra cuando vio al recto comandante aparecer con el sol a su espalda, derrengado tras el largo camino.

Con el caballo prácticamente reventado, ambos dos llamaron a las puertas de Castroferro.

Mientras tanto, en el Palacio Imperial

Reunidos en la acostumbrada estancia, las dos figuras conversaban en penumbra. Traer noticias malas no era plato de buen gusto, y menos frente a aquel hombre.

- ¿Los Patas Negras? No hay nada que hacer si los tienen de su lado. ¿Se puede saber quién ha dado la orden?
- Investigaré lo sucedido, esto será atajado sin problemas. Los mercenarios les llevan ventaja, esperemos que para cuando los rastreadores lleguen el asunto esté solucionado.
- Esperar no es una opción. Quiero novedades, positivas, y las quiero ya. No vuelvas a hacerme perder el tiempo si no es para darme la gran noticia. Y ya puedes ir preparando nuestra salida de esto.
- ¿Nuestra salida? – El hombre carraspeó con visible apuro.
- Quiero a todos los contactos que nos unen a esto muertos. Sin rastro. Sin pruebas.

Imperio de Eania
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