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Caza de Ratas - Tercera Parte

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Mensaje por Imperio de Eania Lun Abr 17, 2017 11:40 am

Caza de Ratas – Tercera Parte

Continuación de Caza de ratas - Segunda Parte

Primavera de 740 FA, Segunda Luna - En algún lugar cerca de Lacca

Los truenos sonaban apagados dentro de la vieja cabaña. Llovía a cántaros, lo normal para esa época del año. El lugar parecía cuidado pese al evidente paso del tiempo, el lecho de piedra contenía aún carbón y no les costó mucho encenderlo.

El recinto era lo suficientemente amplio para meter las monturas, que agradecían el descanso y el ambiente cálido y seco. Llevaban dos semanas de camino y las cosas no habían hecho más que empeorar desde que abandonaron Camino, la población al norte de Arcadia tenía todas las comodidades, pero no podían retrasar el viaje. Ahora era la lluvia y el barro lo que dificultaba el paso, pero lo de aquella tarde era exagerado.

- Parece mentira que hayan pasado diez años. Esta choza ya me salvó de unas fiebres cuando me dirigía a Antigua para hacer la instrucción. – Ennio palpaba las viejas vigas de madera, absorto en sus recuerdos.
- Y ahora eres tú el que instruye hombres.
- Sí, no es mal trabajo, pero la tropa está demasiado aburrida en la capital.
- Esa es la diferencia entre formar soldados en las marcas o entretener a los cortesanos con un hierro por unos meses. – El instructor giró la vista hacia él con un rictus de orgullo en la cara.
- No digo que sea lo que te dedicas a hacer, tu padre no hace más que hablar bien de ti.
- No, tienes toda la razón Rodericho. En realidad, no es solo el deber el que me ha llamado a acompañarte. Necesitaba un receso. ¿Terminaste “el entretenimiento del hierro”?
- Sí, bueno, hace tres años. Vindicata era un lugar muy particular.

Ennio quedó prácticamente boquiabierto. Castra Vindicata era uno de los destinos más temidos de los soldados. Una fortificación entre la llanura, tierra de nadie en la frontera con los pueblos de la estepa y el paso montañoso que se abre a las tierras de Garundia, un pueblo verdaderamente temible. El complejo de fortificaciones es magnífico, pero la constante amenaza por ambos lados lo convertía en un lugar infernal.

- Era el mejor lugar para entrenarse, la gente más curtida está allí. Había mucho que aprender de los veteranos, de los que no habían perdido la cabeza, claro.
El instructor se sentó frente al fuego, tras rebuscar un rato en un zurrón de cuero sacó una pipa de bronce y comenzó a prepararla con hierba del camino.
- ¿Llegaste a entrar en batalla?
- Sí, varias veces. La primera vez tuve que acudir a las murallas altas. Un puñado de hombres del norte se habían internado a través de las tierras de Garundia. Llegaron al Valle Escarpado y poco después asaltaron una de las empalizadas exteriores. Pudimos encontrar a los hombres, pero no sus cabezas.
- Qué hijos de perra, seguro que se trataba de alguna prueba.
- Sí, el rito de paso típico de los hombres del norte, el saqueo por el saqueo. Era un puñado de jóvenes, pretendían volver con las cabezas a la costa, donde les estaba esperando una chalupa. Prefiero no saber qué se dedican a hacer con los trofeos de guerra.
- Los encontrasteis entonces. – Ennio fumaba pausadamente, escuchando la historia.
- Los cazamos como a perros salvajes. Los rastreamos durante dos días y cuando los encontramos los asaeteamos. Recuperamos las cabezas y les dimos sepultura. A ellos los dejamos como bocado para las bestias.
- Las alimañas se suelen devorar entre ellas.
- Precisamente.
- Dijiste “la primera”, ¿luchaste más veces? – Había un brillo extraño en sus ojos, como si las historias de guerra le alimentasen el alma.
- Ah, no. Ahora te toca a ti. Cuéntame cómo fue la batalla de Vetera. – Ennio exhaló largamente.
- Es una historia larga.
Rodericho señaló el techo de la choza, la lluvia se había convertido en aguacero.
- Tenemos todo el tiempo del mundo, me temo.

···

Palacio Imperial, Arcadia.

Tras el gran salón y sus columnas, pasado el gran jardín, las cámaras se extendían. La luz pasaba a través de una celosía. Sin atreverse a encender las velas, las dos figuras se sentaron en penumbra.

- ¿Es seguro?
- Sí, es seguro, a estas horas no hay mucha gente por aquí.
- El chico, ¿sabes a dónde se dirige?
- No, ni idea, pero ha tomado dirección norte tras pasar por Camino.
- Sería conveniente que no regresase.
- Efectivamente, he hecho todas las gestiones posibles para que no vuelva a la ciudad.
- Avísame en cuanto el asunto esté solucionado.

La figura salió con prisas de la estancia, dejando al hombre con todo el peso del asunto. Su señor no estaba dispuesto a tolerar un solo error.

···

En algún lugar cerca de Lacca


Finalmente, la lluvia cesó. Ennio había logrado que la espera fuera agradable, bebieron vino de un pellejo y llegaron a dormir por un rato, pero no podían retrasarse tanto. El fuego había conseguido calentarles y las monturas estaban descansadas, tras ensillarlas en la puerta de la choza, salieron de nuevo al camino.
Rodericho aún tenía en la cabeza todo lo narrado por parte de su veterano acompañante, una juventud pasada en tierras de frontera cosecha grandes historias.

Tras unas horas de camino vieron cómo los pájaros volvían a sus vuelos, incluso llegaron a ver un grupo de ciervos en la lejanía, pastando en la llanura. La vía, conforme se extendía al norte, fue mostrando más deterioros, una piedra mal colocada aquí, un hueco en el firme allá… Resolvieron salir de ésta para prevenir un accidente con los caballos.

El joven no salió de su abstracción hasta que Ennio paró en seco, con la mano en alto en un gesto castrense. Al frente, el camino estaba rodeado por un bosquezuelo. A mano izquierda el páramo se extendía, una llanura de tierra inhabitada, a su derecha una llanura de hierba alta, tras la que se encontraba la costa del Mar Interior y los pueblos de la costa.

- ¿Ennio?
- Esto no es bueno – La voz, otrora suave, había cobrado el reflejo metálico de un comandante.
- ¿Qué pasa?
- ¿No te das cuenta? No hemos visto a nadie desde que hemos salido de la cabaña. Y aún peor, no se oye nada.
Rodericho miró a su alrededor. Aunque había estado sumergido en sus pensamientos, el trino de los pájaros le había acompañado durante todo el viaje, mientras que ahora el bosquezuelo parecía una tumba.
- Espolea el caballo y no pares por nada del mundo, ¿me has oído?
- Listo, cuando quieras.
- A mi derecha, campo través. ¡Ya!

Lo siguiente pasó demasiado rápido. Cuando salieron cabalgando fuera del camino escucharon un grito seguido del chasquido de unas ballestas y el silbido de proyectiles rodeando sus monturas a galope vivo.

Continúa en Caza de Ratas - Cuarta Parte

Imperio de Eania
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