Balada del Ocaso
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Caza de Ratas - Segunda Parte

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Mensaje por Imperio de Eania Dom Abr 09, 2017 3:41 am

Caza de Ratas - Segunda Parte

Continuación de Caza de Ratas - Primera Parte

Primavera de 740 FA, Primera Luna - Arcadia

Los primeros rayos del sol ya habían pasado y el barrio sacro de Arcadia comenzaba sus tradicionales idas y venidas. Los viandantes, vestidos con sus mejores galas, paseaban por las avenidas ajardinadas de plantas aromáticas haciendo tiempo hasta la representación de la tarde. Las conversaciones discurrían entre murmullos y entre los manidos enredos de corte y chismes sobre la virtud de algunas casas no había pasado desadvertido aquel carro ostentoso, enjaezado en bajorrelieves de bronce y decorado con pinturas de motivos festivos.

Lo más raro era había sido verlo parado delante de aquella casa destartalada, ausente de decoro, con las paredes deslucidas y aquel anciano pedestal a su entrada. Enclavada al borde del barranco, aquella casa no había visto fiesta alguna por años, el poco trajín que los vecinos se atrevían a ver era el de los siervos, que apenas llegaban a la docena, un despropósito.

Dentro de la vetusta morada, atravesando el pórtico central, en unas pequeñas dependencias llenas de escritos, tres figuras rodeaban una mesa.
- Llegó esta mañana, despacho directo desde el Consejo. – Alchaeo se frotó la boca tras hablar, los ojos, aspados por la impresión se tornaron hacia abajo.
- Atilio, nuestro Atilio, muerto por un puñado de perros. ¿Quién le mandó ofrecerse para comandar?
- Leo… Calma. – Antígono se levantó del asiento, recorrió la estancia hasta que quedó con la mirada fija en el estandarte desgarrado que hacía de tapiz en la pared. – No era el mejor en el combate, ni tampoco el más astuto, pero cargaba con la mayor de las valentías, sin ferocidad.
- Sí, odiaba derramar sangre y siempre prefería hacer prisioneros a la carnicería.
- Pero se fue, a cumplir con lo mandado, tenía familia en Remas y no podía ignorar su deber, aunque nadie le obligase a ello.

Mirando el estandarte recordó por un momento verlo ondear entre el polvo y el humo. Un acto reflejo hizo que cerrase el puño, como si el tacto de la lanza todavía siguiese allí. De pronto aquel tirón en el hombro, el grito ahogado, el peso de su enemigo contra el acero, la sangre salpicando. Hay sensaciones que nunca se borran del todo, por mucho que llueva.
Pasó las manos por su rostro de forma instintiva, volviendo a la realidad del momento.
- Por cierto, ¿Sabe su hijo que ahora es conde de Montblanc?
- Está instruyendo caballería en Viantia. – Alchaeo levantó la mirada por primera vez, para fijar sus ojos claros en Antígono – No quiero que se entere por terceros.
Sobraban las palabras, conocía demasiado bien a su viejo amigo. Cualquier otra persona habría dudado en pedirlo, no él. Las formas y los rodeos estaban de más en esa habitación.

···


Los cascos del zaíno trotaban ligeros por el paseo principal. Los viandantes se apartaban al paso, sin escucharse pocos rebufos y susurros maliciosos. A lomos del pequeño caballo de monte y con las botas llenas de barro el joven llegó a la puerta, desmontó, y con las bridas en la mano carraspeó.

- Con permiso

Un nutrido grupo de distinguidos giró su mirada hacia Rodericho al tiempo que abría paso. Las miradas de desaprobación se paseaban por todo el semblante, dirigidas a la ropa manchada y desgarbada y especialmente a la pieza que colgaba de la grupa del animal.
Tocó la vieja columna, desmontó e hizo tronar el aldabón. Rodericho echó una mirada al carro decorado, suspiró y negó en silencio. Con la pieza al hombro cruzó el patio, hasta la tabla central. El viejo sirviente seguía sus pasos en silencio.
- Domine, el señor te ha mandado llamar. Los sirvientes pueden hacer esto perfectamente…
- Deodato, fuiste el primero que me enseñó a hacer esto. – El joven ya había sacado un puñal de cachas de hueso y andaba abriendo el vientre del cervatillo sobre la mesa. - ¿Hígado?, todavía está caliente.
- Domine…debo insistir, tu padre está reunido con los señores de Valverde y Castroferro, estoy seguro de que se trata de un asunto importante.
- ¡Rodericho! – Una tercera voz se sumó a la espalda del joven, Leocadio dio un sentido abrazo al joven – Cuánto tiempo, y cómo has crecido. Buena pieza, por cierto.

Poco después los cuatro hombres se habían reunido alrededor de la mesa de piedra. La sangre corría por el canal hasta el sumidero, separada la piel y puesto el animal sobre varas encendieron madera de encina y olivo. Antígono bajó a las bodegas y trajo una botella de tinto de Río Grande.
- ¿No has pensado en hacer carrera en la Corte? – Alchaeo había recuperado el ánimo tras la charla – Calio cría caballos para el mismo emperador y Metodio podría hablar en tu favor.
- Alchaeo, siendo sincero… - el joven señaló sus atuendos - ¿Me imaginas rodeado de cortesanos? Además, ¿cuándo fue la última vez que hablaste en libertad entre ellos?
- Rodericho… - Su padre hizo un gesto de reprobación.
- El chico tiene razón – Leocadio se levantó para servirse otra copa – la Corte puede ser toda una selva para alguien franco. Tu padre ya lo demostró.
- Si la Corte tiene un problema con la verdad, entonces el problema es la Corte. He tenido que atravesar un mar de tocados y terciopelo para llegar a mi propia casa y es aquí, aislados de toda la pompa y las reverencias emplumadas donde habéis podido hacer política. Tal vez sería mejor que esto que tratáis se oyese en la calle, aunque para eso a la calle tendría que preocuparle.
Leocadio intercambió una sonrisa con Antígono. Alchaeo se levantó del asiento y puso la mano sobre el hombro del joven.
- Acabo de ver hablar a tu padre. Me has traído recuerdos de juventud. Dime, Rodericho, ¿quieres hacer política? No te lo pregunta tu “tío Alchaeo”, sino el Consejero de Guerra.

El joven viró la vista a su padre, que le devolvió un gesto que conocía desde tiempo. Sabía que la decisión era suya.
Sobre las brasas aromatizadas con romero y tomillo los cuatro libaron en nombre del amigo caído. Después comieron y bebieron hasta que el jazmín del patio se abrió. Rodericho escuchó historias de batallas, anécdotas de guerra y relatos de juventud que harían avergonzar a cualquier cortesano.
Cuando llegó la hora de retirarse, Leo le invitó a pasar por su casa al siguiente día.

Imperio de Eania
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