Balada del Ocaso
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La capital de la fe

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Mensaje por República de Brescia Miér Abr 05, 2017 11:11 pm

La Capital de la Fe - Primera parte

Verano 740 FA - Principado de Dendara

Los graznidos de las aves del puerto y la luz de la mañana hacían imposible conciliar el sueño en aquel habitáculo, su cuerpo estaba ya empapado de sudor y los ronquidos de los beodos de las habitaciones contiguas se superponían unos a otros en una armonía infernal. El joven se levantó y recogió su pequeño zurrón del suelo, hoy era su gran día, tras varias semanas de viaje al fin había llegado a la gran ciudad de Dendara para instruirse en la gran biblioteca, la cuna de la ciencia del mundo moderno. Con su zurrón al hombro, una sonrisa en sus labios y un fuerte cosquilleo en el estómago recorrió las estrechas y ajetreadas calles de la ciudad, donde mercaderes, porteadores y todo tipo de extraños hacían acopio de mercancías traídas de todas las partes del mundo conocido. Al llegar a la plaza donde se encontraba la entrada principal de la biblioteca pudo sentir que su corazón palpitaba más fuerte que nunca, respiró hondo y comenzó a colarse entre la gente hasta llegar a las escalinatas de la entrada donde un grupo de personas parecía escuchar el sermón de un predicador que gritaba y gesticulaba desde los primeros escalones.

-¡Porque no sólo se atreven a pecar en público sino que también se esfuerzan en negar nuestras creencias! oh, gran Sargón ¡Y todo esto financiado por nuestro dinero!- el predicador hizo un silencio mientras el público gritaba furioso.
-¡Porque el consejo utiliza el dinero de los impuestos para mantener a estos herejes!-

Ya había oído suficiente, el joven continuó su camino y comenzó a subir las escaleras, cuando pasó al predicador tras subir unos peldaños el predicador se giró.
-¿A donde vas joven?- Preguntó el predicador sujetándole del brazo
Sintió un nudo en el estómago al sentir la mirada inquisitiva del predicador mientras sus palabras se trababan al intentar responder, el público comenzó a murmurar y a señalarle.
-eh... oh..., no sabría... no sabr...-
-¡Va a la biblioteca!- Gritó un asistente. En pocos segundos el joven subió corriendo hacia la puerta de la biblioteca mientras a su alrededor comenzaban a llover verduras y algunas piedras... llegó a la puerta y comenzó a aporrearla mientras detrás suyo algunos ya subían la escalera con bastones en la mano.
-¡Por favor abrid! ¡POR EL AMOR DE LOS DIOSES!-
Un crujido detrás de la puerta hizo que venciera al peso del joven haciéndole caer, se incorporó y comenzó a retroceder con sus brazos huyendo de la muchedumbre cuando la puerta se cerró mientras se tambaleaba por la muchedumbre enfurecida que la golpeaba.

-¿En qué pensabas?¿Es que no los has visto en la escalera?- Preguntó una voz. El joven no podía ver nada, la fuerte luz del exterior todavía chisporroteaba en sus ojos. -¿Quién eres?- Volvió a preguntar la voz.
-eh... soy... soy Didac, Didac de Claramunt- dijo mientras se levantaba. Una mano le cogió del antebrazo y lo ayudó.
-¡Que los dioses te oigan! ¿Es que no eres de por aquí?-
Didac se sacudió sus ornamentados ropajes de la república y levantó la vista, ahora ya podía ver algo y lo que tenía delante parecía ser un esclavo.
-Soy de Brescia, del Gran duc... bueno, de la ciudad de Brescia. Mi padre es el barón de Claramunt-
Se hizo un silencio.
-¿Puedo ver a tu... amo- Preguntó Didac. El esclavo bajó la cabeza y le dijo que esperara. Didac se dió la vuelta y se sentó en un pequeño banco de piedra que había tras el, al sentarse pudo ver por primera vez el interior, estaba en un recibidor que terminaba en un cruce con dos pasillos hacia los lados, la luz era tenue y se colaba por la pared del fondo a través de una celosía, la decoración sencilla como si de una casa pobre se tratara. Se levantó lentamente aún dolorido por la caída y se dirigió a la celosía, sería la primera vez que vería el exterior de la biblioteca cuando unas figuras se interpusieron en su visión, parecían soldados y no paraban de pasar.
Al fondo de uno de los pasillos una puerta se abrió y entraron dos figuras seguidas por una fila de soldados, Didac corrió de nuevo al banco y se sentó, no quería aparentar carecer de modales el primer día cuando las dos figuras llegaron frente a el. Uno de ellos era de raza negra como los habitantes de Dendara y estaba ataviado con ropajes militares mientras que el otro era blanco y llevaba una túnica sencilla.

-...El consejo ha decidido enviar las peticiones a Eania y Ornar...- dijo al pasar el hombre con ropajes militares. Los dos hombres se detuvieron frente a Didac - Brescia está inmersa en una guerra civil, no han respondido ni van a responder. En cuanto tenga noticias te lo haré saber Erastos-
Los dos hombres se despidieron y los soldados que acompañaban al militar se situaron frente a la puerta.
-¡Que el observador te oiga Mbali!- dijo Erastos. Los soldados abrieron las puertas, de pronto se oyó un rugido en el exterior y de nuevo las piedras comenzaron a golpear las puertas.
-¡Vamos!- Gritó Mbali a sus hombres mientras proferían un grito y salían por la puerta. Erastos cerró la puerta al paso del último hombre y tembloroso cerró todos los pestillos, cuando cerró el último se dió la vuelta y apoyó su espalda contra la puerta. Resopló mientras se secaba el sudor de la frente con la manga de su túnica, de pronto vió a Didac.
-¿Y tu quien eres chico?-

Didac de Claramunt:

República de Brescia
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